viernes, 13 de mayo de 2011

Vuelve el Mesías

            Si en los tiempos del Antiguo Testamento hubiera existido Internet, seguro que el anuncio por parte de los Profetas de la futura venida de Jesucristo al mundo no hubiera producido tal convulsión, ni vertido tantos comentarios en los portales y blogs, como la rueda de prensa de Casas y Boix anunciando la reaparición del Mesías del Toreo. Sí, señores, porque a estas alturas poca gente en España no sabe ya que el Extraterrestre reaparece. Y lo hará en Julio en Valencia, con una corrida -¿para variar?- de Núñez del Cuvillo. El resto del cartel aún se desconoce (creo), pero imagino que echará a alguien que no dé mucha guerra por delante (despedida de Barrera, por ejemplo, aunque quizás sea un poco arriesgado por lo de la cosa emotiva del público con el paisano que se va), y por detrás a otro que tampoco moleste demasiado. Pero eso no importa.
Como tampoco han importado otras muchas cosas desde que ha estado en figura. A la gente le da igual dónde toree, con quién lo haga y qué ganado lidie. Está de moda ser Tomasista, porque los intelectuales de las tertulias radiofónicas, los que salen en la tele y hasta los antitaurinos, como Serrat, proclaman que lo son. Aunque no lo hayan visto nunca. Y posiblemente nunca lo harán ya que, como el chaval no quiere tele, se ha convertido en un producto de lujo exclusivo de la clase alta. O a ver, si no, ¿quién puede dejar de trabajar y desplazarse un día de diario donde el Galáctico toree y pagar la barbaridad de dinero que la reventa le pida por ello? Yo no, desde luego.
            No me apetece demasiado empezar el fin de semana cabreándome, así que he decidido no mirar nada de lo que se ha escrito respecto de la noticia. Me imagino que todo el mundo se congratulará por ello (yo también, por supuesto). Y que la gran mayoría hablarán de lo mucho que la Fiesta lo necesitaba y del gran revulsivo que esto supondrá. Lo segundo vale, por lo de mito. Pero lo de necesidad, mentira y gorda. Viendo el momento cumbre de matadores poderosos con toreo de mano baja, ligazón y zapatillas pegadas al albero, como El Juli, o de toreros de exquisita elegancia, profundidad, largura, temple y lentitud, como Manzanares, o con el pavoroso valor seco y capacidad para templar en cercanías de Castella y Perera, e incluso, si me apuran, con las cositas de Morante, ¿necesita la Fiesta que venga un guerrillero a atropellar la razón, a salir trompicado en un envite, volteado en otro y que el noventa por ciento de sus pases resulten enganchones? Yo, al menos, no lo he echado de menos. Y, por supuesto, los que hasta ahora han estado tirando del carro y dando la cara en plazas que José Tomás ni siquiera va a pisar (Bilbao, Pamplona, Madrid, Logroño, Albacete, Zaragoza) no merecen ser relegados a un segundo plano, por mucho redentor que resucite.
           

No cambian, no.

             Adivina, adivinanza: coso taurino cuyo aforo lo completan todas las tardes alrededor de diecinueve mil quinientos individuos sin personalidad y otros quinientos que van de listos. Casi ha acertado. Efectivamente, se trata de la plaza de toros de las Ventas del Espíritu Santo, de Madrid. Esa que presume de ser la primera plaza del mundo, pero que queda muy lejos de ello, pues ni lo es en capacidad (la de Méjico ciudad le supera), ni es la más antigua (se lo disputan la Castañeta de Béjar y la de Santa Cruz de Mudela), ni, mucho menos, la más entendida (otras muchas). Pero a la respuesta le falta una pequeña matización para ser correcta del todo: se trata de la mencionada plaza, pero en la Feria de San Isidro o en la de Otoño, porque durante el resto de la temporada esos quinientos son los únicos que acuden a la plaza, y se comportan como personas normales.
             Y si estuvieran callados, pues no pasaría nada. Pero lo peor de todo es que quieren imponer su sabiduría y criterio a todo el mundo. Y chillan, y dan palmas de tango, y hacen cualquier cosa de mala educación con tal de reventar la faena de aquel torero cuya tauromaquia no comparten o, peor aún, aquel al que no tragan por lo que sea –la causa más extendida es porque se trata de una figura consagrada o porque viene de triunfar en Sevilla.
            El caso es que como se creen listos hacen cosas típicas de los listos, como dedicarse a descubrir nuevos talentos. Y, por eso, encumbran y proclaman triunfadores a toreros que duran una temporada porque, como bien dicen, al final el toro pone a cada cual en su sitio. ¿Ejemplos? A montones: Dámaso Gómez, Manili, Mariano Jiménez, Javier Vázquez, El Califa-por dos veces-, Juan Bautista, otras dos, Fernando Cámara, Víctor Puerto, Juan Cuéllar, Alfonso Romero, Fernando Robleño, Domingo Valderrama, Óscar Higares, Canales Rivera, Fernando Lozano y un largo etcétera que hoy en día andan retirados en el olvido u olvidados mientras tratan de repelar cuatro perras en ocho plazas de pueblo.
            Acaba de comenzar la Feria del 2011 y, viendo lo de ayer, yo pensaba que habían cambiado. Pero no. Debían estar todavía fríos y hoy, a la segunda de abono, ya se han manifestado. Para empezar, no le han dado la más mínima importancia a una más que aseada faena de Abellán citando al toro de largo, luciéndolo en su galope y templando sus embestidas. Al contrario, en vez de agradecérselo, se han dedicado, como es típico en ellos, a joder todo lo posible, y más. Luego, en el quinto, ante un toro imposible le han pitado primero por intentarlo, y después por irse a por la espada (vamos, como para contagiar la locura al torero y a cualquiera). De lo de Pinar prefiero no opinar. Ahí han seguido, con sus pitos. Como harán siempre que toree este muchacho, o al menos mientras no cambie su concepción del toreo. Para mí, de haber matado, era faena de oreja, pero soy uno de los diecinueve mil quinientos del rebaño.

miércoles, 4 de mayo de 2011

El color especial de Sevilla

                A nadie se le escapa que, de siempre, Sevilla ha tenido su idiosincrasia. Para empezar, sus abonados han tragado con el torito bonito que los toreros quieren (bajitos de agujas, estrechitos de sienes y abrochaditos de pitones, entre otros “itos”) sin importarles, normalmente, su trapío o su fortaleza física. Abonados, por cierto, sensibles al pellizco y dispuestos a jalear con un “bien”, que rompe el aplastante silencio de la Maestranza, cualquier artística trincherilla o kikirikí -especialmente si lleva firma andaluza.
            Para continuar, se han querido distinguir también con una Puerta del Príncipe que, si un torero desea atravesar bajo el son de pasodobles prohibidos durante el último tercio de la lidia -para que el público no se despiste-, debe pagar un peaje mínimo de tres trofeos. Y a la lista se podrían añadir otras muchas cosas, como el detalle de que a la hora del paseíllo salgan dos tiros de mulillas, recordando que antaño así ocurría –una para los toros y otra para los caballos-, o la sensibilidad de la banda de música, que es capaz de arrancarse a tocar ante un buen toreo de capote, o una buena brega de un subalterno.
Todo esto estaría muy bien y les dotaría de distinción, que es lo que realmente persiguen, si luego en cuestión de dos horas de espectáculo no echaran todo por la borda. Porque no son buenos aficionados aquellos que dejan que un toro se coloque ante el picador en cualquier sitio, ni a cualquier distancia, ni de cualquier manera (esta feria estoy cansado de ver toros que arrancan entre las dos rayas del tercio, porque sus lidiadores ahí los sitúan, y otros muchos que entran al caballo al relance de un capotazo). Ni tampoco deberían permitir, aunque les dé igual, que el torero se quede a la derecha del picador, como viene ocurriendo una tarde sí y otra también, sin que nadie, ni siquiera los alguacilillos, le llame la atención.
Es típico de mi pueblo, en la Mancha, el regalar orejas para ver salir a los toreros a hombros por la puerta grande. Pero no me parece de recibo que en una plaza como la Real Maestranza de Sevilla se conceda con tanta facilidad la tercera, que permite salir por la mencionada puerta real, cuando el matador en cuestión ya lleva dos en el esportón. Y, lo más grave de todo, es de plaza de tercera el hecho de indultar a un toro que no se emplea en el caballo, que en las embestidas en la muleta tiene tendencia a meterse para adentro y que, entre otros defectos, está aculado en tablas mientras la gente, como loca, pide el perdón de su vida sólo porque el torero ha toreado de maravilla o, peor aún, para demostrar a los anti-taurinos que todavía nos queda algo de sensibilidad. ¿Pasaría algo si no la tuviéramos? ¿Acaso no se fundamentan los toros en algo tan bárbaro como la lucha a muerte entre la racionalidad del hombre y la fuerza bruta de la bestia? Al que le guste, bien y al que no, que nos respete.