Qué alegría más grande. Estaba mi afición
taurina de luto y dos corridas de las generales de Bilbao parece que lo han
aliviado bastante. No es que fuera un luto riguroso -algo he visto y me he
mantenido medio informado de lo que ocurría en la temporada-, pero cometí
barbaridades tales como abandonar este
blog, dejar de entrar a discutir en los foros internautas o, lo
más preocupante de todo, apenas ver toros ni siquiera en televisión -y cuando
lo intentaba, sobre todo en lo de Madrid, no había tarde en la que ni siquiera
los desmedidos gritos de Molés y Cía me sacaran del profundo sueño en el que, un
día tras otro, entraba antes de la muerte del segundo.
Cuidado, que no se confunda nadie, que no
soy de los del luto por el de Galapagar. Al contrario, es muy posible que mi
afición entrara en coma profundo por la tristeza de ver que los aficionados
encumbraban como Dios de la Torería a un aspirante a torero porque mató seis
toritos en una plaza de segunda de la zona guay de Francia y, con todo a favor
de obra –no digo que estuviera mal- les cortó veinte o treinta orejas y otros
tantos rabos. Si a eso le sumamos que en los últimos años se ha dedicado a
matar toros afeitados y anovillados en plazas tales como Huelva, Linares,
Gijón, Ronda y Valencia (esa es la más seria de todas) y que la gente lo aclama
como el mejor diestro de la historia y hasta dudan de su terrenalidad –la mayoría sin
haberlo visto torear jamás- a ver quién es el aficionado sensato que no
sufre un jamacuco.
Posiblemente el alivio sólo sea temporal,
pero qué gusto ver la brava embestida de los santacolomas de La Quinta y cómo
se la jugaron los tres Toreros. O el poderío de El Juli y la clase y maestría
de Ponce –al que ya dábamos por muerto, como muchas otras veces. Y qué
sensación esa que ya no recordaba de esperar con emoción a la corrida de esta
tarde. Lástima que en unos días vuelva a la cruda realidad de toros afeitados,
carteles baratos con Finito y Padilla ocupando puestos de máxima figura –también
me da mucha pena lo de Juanjosé, pero si no me gustaba cuando veía con los dos
ojos, ¿por qué me va a gustar ahora?-, puestos ocupados por toreros mediocres
sin dejar paso a los que se lo merecen por aquello de los intercambios de
cromos, largos seriales con mastodontes que no embisten y un público
intransigente en los tendidos, etc., etc. Vamos que, o cambia mucho la cosa, o
mi única esperanza es que algún historiador descubra que San Isidro, en vez de
labrar campos por los madriles, trabajaba en los altos hornos de Barakaldo.