lunes, 12 de septiembre de 2011

Seguirán siendo del montón


             Y lo harán porque, sin ser nada del otro mundo, debieron sacar más provecho de la corrida de El Puerto de San Lorenzo que, junto con un remiendo de La Martelilla, sustituyó a la inicialmente anunciada de El Pizarral. Correctamente presentados y de juego desigual, hasta cuatro de ellos dieron opciones a los matadores, que no tuvieron su tarde. Sobre todo Leandro –esta tarde me he enterado de que ahora prescinde del apellido en los carteles-, quien pasó por Albacete con más pena que gloria. Cierto que su primer oponente fue un manso de libro, al que resultó casi imposible sacarlo de la querencia de los chiqueros, pero el cuarto fue un muy buen toro. En el tercio de banderillas se desplazaba ante el capote que el subalterno le ofrecía con tal ritmo, prontitud y largura que el de Valladolid se fue a los medios a brindar al público lo que se adivinaba una gran faena. Al final todo se quedó en el brindis y en tres buenos derechazos ya terminando su labor, cuando el matador se dio cuenta de que si ligaba los pases y bajaba y corría la mano con templanza la cosa ganaba mucho. Lástima que toreros con este corte y con una buena temporada a sus espaldas dejen pasar estas ocasiones.
            Ocasión que también dejó escapar a medias Serafín Marín. Y eso que en sus dos actuaciones, ante dos buenos toros, sobre todo el quinto, ha instrumentado las que hasta ahora han sido las mejores verónicas de la Feria y extraordinarios naturales con la muleta. Pero, claro, si los intercalas con enganchones, pérdida de pasos entre pase y pase sin venir a cuento y con una actitud de figurón del toreo, como si te sobraran los contratos, la faena no llega a romper. Aún así la gente le pidió tímidamente –con menos insistencia que sus subalternos- la oreja de su segundo enemigo.
            También se la pidieron en el tercero a Sergio Serrano, que sustituía a Iván Fandiño. Peticiones como éstas desprestigian a una plaza, si bien en su defensa hay que alegar que la posibilidad de devolver la entrada ha hecho que muchísimos abonados hayan optado por ello –no sé si porque no les gustó la sustitución o por eso de la crisis- y que gran parte de la mitad de aforo que se cubrió fuera público feriante de paso y de pañuelo ligero. Además, como el muchacho tiene cara de buena persona y le echó muchas ganas, voluntad y teatro–y encima es paisano- la gente simpatizó con él.
Verdad es que no ha tenido material tan claro como sus compañeros y que, como bien ha dicho mi amiga Mercedes, es muy de agradecer, sobre todo por los poco asiduos a esto de los toros, que el chaval, en poco más de media hora, nos haya hecho un refrito de las principales tauromaquias del escalafón actual. Igual que las orquestas de la BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones), que tan pronto destrozan una canción de Rocío Jurado como se atreven a tocar Pepita Creus con el organillo electrónico, Sergio nos ha deleitado con un variado repertorio de suertes y pases regularmente ejecutados (y no me refiero a frecuencia, sino a calidad): comenzó una de sus faenas con una serie de cambiados por la espalda como los de Castella, en los que, a diferencia de los originales, hubo pocas apreturas; realizó un quite por Lopecinas (no puedo juzgarlas porque tanto revuelo de capote las hace por naturaleza injuzgables); tan pronto citaba fuera de cacho y con la suerte totalmente descargada, igual que Finito, y daba el pico exageradamente –efectivamente, como Enrique- que se acordaba de que el otro día lo comparaban con el Divino y, cuando el toro se paraba, se cruzaba exageradamente; y, por supuesto, para homenajear a tantos y tantos de los que abundan en el escalafón, cuyo máximo exponente es Rivera Ordóñez (o Paquirri, como se hace llamar ahora), demostró mucha voluntad y vulgaridad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario