jueves, 2 de junio de 2011

La del pañuelo amarillo y otros cuantos

            Después de veintimuchas tardes hoy ha llegado a su fin la feria taurina de San Isidro. Como en todas sus ediciones, hay toreros que salen lanzados, otros que revalorizan el caché que ya tenían, unos pocos que salen fracasados y una inmensa mayoría que continúan en la situación en que se encontraban (es decir, o toreando en todas las ferias aunque en Madrid no haya ocurrido nada, o llamando a las puertas de los Choperitas para ver si en verano los pueden poner y, si entonces hubiere suerte, optar a una corrida en Otoño o, lo que es peor, en la isidrada del 2012). No seré yo quien ponga nombres en cada grupo, que para eso está cada cual y, si no, siempre nos quedará el grupo de periodistas oficial de carrera (como el innombrable anti-frikies bloggeros), que ya se encargarán de darnos su lista personal.
            No va la cosa, como ya digo, por hacer mi resumen personal de toros y toreros, sino que quiero hacer un pequeño comentario del público. Me ha hecho muchísima gracia el observar las respuestas que los abonados han ido dando a las preguntas que el canal de televisión que se encarga de retransmitir las corridas (el Plus, vamos) les ha ido haciendo día tras día. Como en botica, de todo también, pero alrededor del 40% (aunque los números en el toreo ni siquiera para esto me gustan) han demostrado lo que ya se sabía: que no tienen ni puñetera idea. Y lo malo es que esos son los que con sus manías, mala leche, ideas preconcebidas y demás deciden a quiénes ponen a circular y a cuáles revientan sus actuaciones y hunden sus carreras.
            Y para demostrarlo y darme la razón, la petición de oreja a Iván Fandiño en el segundo de la tarde. No digo que no haya estado voluntarioso el muchacho –es más, creo que debería torear mucho más de lo que lo hace, pues tiene más clase y valor que muchos de los que se pasean por las ferias de provincias-, pero ¿de verdad eso era para cortar una oreja en la plaza más exigente del mundo?
           Yo creo que no, pero claro que, mientras las cámaras hacían un barrido por el tendido, me ha parecido ver que uno de los que con más efusividad aireaba su pañuelo era un amabilísimo señor con quien una de esas tardes que me dio por ir a las Ventas tuve la suerte de compartir vecindad de localidad. Jamás podré olvidar que, tras la lidia de tres o cuatro toros en los que nos iba aleccionando a todos los forasteros que no teníamos el abono por allí, cuando salió a la plaza un quinto manso, que huía y se frenaba ante los capotes, nos comentó “éste embiste como si no lo hubieran toreado en su vida”. Por cierto, que otra que pedía la oreja era la señora que media hora antes aseguraba, ante las cámaras del Plus, que el pañuelo que se utiliza para ordenar la vuelta al ruedo del toro es el amarillo; y otro, que no blandía el pañuelo, pero la solicitaba a voces y gesticulando, era aquél que otro día afirmaba que la plaza más grande del mundo es la de Madrid, con una capacidad de más de cien mil personas. ¿Cómo no rendirse ante eso?

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