martes, 28 de febrero de 2012

¿De Mesías a fallida promesa?

           Vaya por delante que no sé mucho del tema –porque me gustan los toros en la plaza y paso del resto de politiqueos-, pero no paro de escuchar cosas como que, debido a las trabas que un grupo de toreros (los del G-10) están planteando, los empresarios han tenido que salir del paso confeccionando los carteles de la manera que mejor pueden. Y que hay una serie de matadores, dentro de ese mismo grupo, que se están viendo más perjudicados que otros y se han quedado fuera de las principales ferias de inicio de la temporada (Castellón, Valencia, Sevilla,…).
            Y mientras tanto, el Mesías, desaparecido. De él se sabe que no se sabe mucho. Es decir, casi nada aparte de que, aunque no es de ningún g-nosécuántos, tampoco estará en estas plazas porque no ha querido. La noticia no es nada nueva. Al contrario, lo sorprendente hubiera sido ver su nombre en los carteles, pues ya nos tiene acostumbrados a hacer su guerra por su cuenta: plazas de segunda que huelen a tercera, toritos afeitados escogidos, compañeros  vetados y  autobuses y aviones de forofos partidarios que, desde cualquier parte del mundo, acuden a alabarle todo lo que hace en el ruedo  porque han escuchado que es un fuera de serie. Un mito, vamos.
Si yo fuera él, lo tendría más que claro. Mi hombría torera haría que no me importara que me televisaran una corrida en Valencia. Y tampoco me quedaba fuera de la Feria de Abril (o del Domingo de Resurrección) de Sevilla, por unas pocas perras (eso, a estas alturas de su carrera,  huele a pesetero más que a Torero con amor propio). Es más, aunque me costara el mayor esfuerzo del mundo, haría todo lo imposible, con el fin de tapar esta boca y la de muchos aficionados que, como yo, le recriminan todo lo anterior. Y, si realmente atesorara todas las virtudes que los incondicionales aduladores relatan, seguro que aprovecharía el caos reinante para dar un golpe de mesa y hacerme con el cetro del toreo sin dejar lugar a ningún tipo de discusiones ni suspicacias. Pero claro, yo no soy él y él, sin ser yo, posiblemente sepa que no me falta razón.