miércoles, 27 de abril de 2011

Martes de "Dolores"


            El atractivo del cartel de esta tarde en Sevilla residía, sin duda, en la ganadería que se anunciaba, porque, se moleste quien se moleste, los matadores acartelados eran –y siguen siendo después de lo visto- tres muchachos del montón. Peor aún. De ellos, dos que ya están de vuelta, que tuvieron su momento y no lo aprovecharon (no se podrán quejar ni Antonio Barrera, ni, sobre todo, Salvador Cortés, de la cantidad de oportunidades y cancha que se les ha dado y la de buenos e importantes toros que se les han escapado a lo largo de su trayectoria profesional). El tercero, un chaval honrado tipo Rafaelillo, Robleño y demás toreros de este estilo, a los que se les predice la gloria y que, harto de matar corridas “toristas” como la de esta tarde,  se terminará quemando en un par de temporadas a lo sumo –y ojalá y me equivoque.
            Sin embargo, han querido los astados de doña Dolores que los aficionados sevillanos hayan cumplido esta tarde con las estaciones de penitencia  que el tiempo atmosférico les ha impedido llevar a cabo esta Semana Santa. Y ya es suficiente castigo. Porque hay que tener paciencia para aguantar lo que esos benditos han aguantado. Para empezar, unos toros que, en general, no se parecían en nada a los toros de Aguirre que yo he visto lidiarse en otras plazas. Y, evidentemente, cuando sale el toro fuera de tipo de la casa, lo más lógico es que pase lo que ha pasado. Unos estaban inválidos, la mayoría descastados, otros con malas ideas... Y para uno que tenía importancia, el tercero, porque sus repetidoras y encastadas embestidas transmitían una barbaridad, resulta que el torero (más verde que verde) no es capaz de medio jugársela en plena feria de Abril de Sevilla, aguantar la acometida y ligarle aunque fuera dos trapazos.  Pero bueno, será cierto que, como han dicho los periodistas oficiales de la tele (a estos me los tengo que tragar, pero los de la prensa escrita prefiero no leerlos) el toro era muy complicado porque miraba y era un “informal en sus embestidas”. Manda huevos- como dijo aquel ministro, cuando ejercía de Presidente del Congreso. Si, en el caso de que se tratara de una persona, fuera formal y no se mosqueara por nada, hasta de novio para mi hermana lo querría yo, ¿qué esperan ellos de un supuesto toro bravo?
            En fin, que de esta tarde, lo único que me queda son dos dudas. La primera de ellas es que cuándo dejarán de vivir los empresarios de los abonados y pondrán a la entrada a cada corrida el precio que la ocasión merece. Porque, de igual manera que no cuesta lo mismo un Ferrari que un Citroën, no es de recibo que tengamos que pagar lo mismo por el cartel de hoy que por el del próximo sábado, por ejemplo. La segunda, más preocupante todavía, es si estaré perdiendo la afición, pues he de confesar que viendo la corrida de esta tarde me he quedado dormido un par de veces.

lunes, 18 de abril de 2011

Intrusista a mucha honra

Y yo que pensaba que los críticos taurinos sólo me podrían sorprender con sus opiniones relativas a cosas del toro y de los toreros, resulta que el otro día, dando una vuelta por la blogosfera taurina (a la que, sinceramente, tengo mucha más fe y confianza que a los profesionales de la prensa) voy y me entero de que el Licenciado Don Pedro Javier Cáceres, ha llamado “legión de frikis intrusistas”, entre otras cosas, a todos aquellos que, por afición, nos gusta dejar plasmadas en un blog, o página web, nuestras ideas e impresiones acerca de lo que nos dé la gana.
Pues si eso es lo que piensa, pido perdón, pero soy un intrusista del periodismo taurino, y a mucha honra. Y lo siento por él, pero mientras sigan vigentes el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948 y el artículo 20 de la Constitución Española de 1978, relativo a los Derechos Fundamentales de los españoles, toda persona seguirá teniendo el derecho a  “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. Independientemente de que tenga título académico, o no -añado yo. Y todo eso, por mucho que pese al señor Cáceres y a fascistas como él (sí señor, tengo derecho a decirlo basándome en lo que le leo).
Más aún, puedo incluso atreverme a preguntarle si tendría a bien aclararme cuál es la titulación que debe tener una persona para poder escribir acerca de toros. ¿Tiene que ser Periodismo, o le vale Filología Hispánica? Pero, además, ¿es necesario pasar alguna prueba de cultura taurina? Porque, disculpe usted, pero no me imagino a Bernstein y Woodward (aquellos a los que Richard Nixon posiblemente tuviera tanta manía como usted a los weberos), ni siquiera al mismo  Joseph Pulitzer, haciendo una crítica taurina medianamente buena.
Y también me ampara el derecho a decirle a este señor que no sea tan caradura. Porque hay que tener desfachatez para ser capaz de decir lo que dice y, al mismo tiempo, tener una cuenta en Facebook con más de cinco mil amigos agregados, en la que todos los días nos está colocando publicidad de su programa radiofónico taurino y nos insta a participar y a hacer comentarios. ¿Le interesa o no le interesa, por tanto, la opinión de los twiteros intrusistas?
 Como sé que no me va a contestar a nada, porque lo más posible es que ni lo lea, a esto último contesto yo. No, no le interesa para nada. De hecho, casi nunca le he visto responder a uno solo de los comentarios de sus “amigos”. Lo único que pretende es ganar audiencia radiofónica, que los números mandan en su profesión. Por suerte, eso nos diferencia a los blogueros de ustedes, los profesionales. Nosotros opinamos con sinceridad y decimos –de mejor o peor manera- lo que pensamos. Y, por supuesto, jamás le diríamos a un torero que si desea que hablemos bien de él debe empezar por pagarnos el viaje de avión a Cali -o a México, no recuerdo bien.

jueves, 14 de abril de 2011

¿Ciegos o cegados?

Vaya por delante que no tengo ninguna manía a Morante. Ni a Morante, ni a nadie. Lo aclaro por si alguien, suspicazmente, pudiera llegar a pensarlo en vista de que en lo poco que llevo por aquí ya le he dedicado un par de entradas. Lo que ocurre es que, fuera de las ferias serias (y de las menos serias, pero ferias también), si uno ha de atenerse a lo que lee en los portales, de las pocas cosas que suceden en el mundo taurino es que Morante sigue bordando el toreo allá donde va. Y, cómo no, bajan los ángeles del cielo, el toreo soñado se hace eterno, las verónicas de alhelí -que brotan de muñecas manejadas por los dioses- paran el tiempo, y demás gilipolleces  que huelen a ceguera se suceden.
Y digo ceguera porque, en caso de tener vista, no tendrían la desfachatez de colgar el video de los mejores momentos de la épica obra para que cualquier aficionado le pinche y vea la realidad: que la mayor parte de la faena de muleta, el torero se dedica a despedir para afuera la repetidora y encastada embestida de un bravo animalito bovino porque, incapaz de dominarla y de mandar en ella, se dedica a defenderse más que a otra cosa. Y, encima, al bicho le faltan como mínimo un palmo de pitones (eso ya está asumido antes de que salga al ruedo, pues se trata de Brihuega). Sólo eso ya debería ser motivo para que, aunque de verdad hubiera dibujado la obra más grande  de la Historia del Toreo, no se le diera la más mínima importancia ni tuviera eco alguno.
Pero no. Por contra, la supuesta gesta se canta a los cuatro vientos en todos los medios de comunicación imaginables (Internet, prensa escrita, radio, e incluso tele –los programas del corazón, claro, por ser la corrida que era). Visto esto, la cosa llega a ser preocupante, porque el mito se agiganta y la gente, en los tendidos, se rompe las manos a aplaudir y se desgañita gritando “olé” ante cualquier intento de pase, cegados, porque han escuchado que Morante torea como los querubines del Cielo, que sus manos de artista fueron cinceladas en el Paraíso el día que Dios supuestamente debía descansar, y demás cursiladas que, además de a crítico ciego que teme salirse del redil, también huelen a sinvergüenza cegado por el sobre.

lunes, 4 de abril de 2011

La vida sigue igual

Es cierto que la esencia de la canción es aplicable al Toreo ya que, a pesar de las modas, de las reformas, de los toreros que van desapareciendo, de los nuevos que entran en los carteles, etc., el Toreo continúa. Y todavía es más acertada y se ajusta de maravilla al mundo del toro esa parte que habla de los muchos halagos cuando uno triunfa y de los pocos y buenos amigos de verdad que tras los fracasos quedan. Pero, a pesar de ello, no me refiero a nada de eso, sino a que tras la de Fallas ha  transcurrido una nueva Feria, la de la Magdalena (de Castellón), y por lo que me han comentado amigos, y por lo que he leído a mis compañeros de blogs, la cosa sigue igual.
Es decir, que prácticamente no ha ocurrido nada nuevo con respecto a lo que hemos podido ver en Valencia. Que los toros, con el permiso de la autoridad y la complacencia de los malos aficionados que lo toleramos, siguen saliendo de chiqueros mal presentados y afeitados. Y que los toreros, a pesar de que el invierno ya no es invierno para casi todos ellos, vienen a medio gas de hacer las Américas, con los aceros destemplados y los ánimos más bien fríos, como en fase de preparación para las Ferias importantes de la temporada.
 Que los mejores toreros siguen siendo (cada cual que los ponga en el orden que quiera) Manzanares, El Juli y dos o tres más que en Castellón no han tenido suerte en los sorteos (Cid, Perera, etc.). Que Morante hizo lo mejor, como siempre, pero por una causa u otra la cosa duró poco (también, qué curioso, como casi siempre). Y que, ya que la cosa va de canciones, igual que el de José Alfredo lo era, con dinero o sin dinero, Enrique Ponce, toreando o sin torear, posiblemente también seguirá siendo el Rey, quien, aun en horas bajas y sin pasar por Castellón ni por Madrid, seguirá mandando a la hora de hacer y deshacer en las Ferias de mitad de Junio para adelante (es decir, en casi todas).
Y, lo más preocupante de todo, que los toros, antaño festejo popular, cada vez están más cerca de convertirse en un espectáculo elitista. En el caso de Castellón, la entrada más barata, de tendido, costaba treinta y tres euros (cinco mil quinientas de las antiguas pesetas), para ir a sentarse al sol, encima de una piedra, con las rodillas de el de atrás clavadas en tu espalda y sin saber dónde colocar tus pies, a riesgo de sufrir algún problema circulatorio, para ver un espectáculo manipulado de antemano. Que tengan cuidado, que así las cosas no son. Con precios populares, todo eso vale (todo, menos la manipulación, claro); pero que sepan que los que, tarde tras tarde, se pueden permitir estos precios desorbitados, exigen unos ciertos parámetros de comodidad y que no acudirán a la fila quince de sol ni aunque les regalen las entradas. Que cuiden a los aficionados, que el día que decidamos dejar de acudir a las plazas la vida no continuará, igualmente, para los taurinos.